sábado, 13 de noviembre de 2010

QUADRAGESIMO ANNO, PIO XI, 1931

Cuarenta años después de la Rerum Novarum, Pío XI ofreció a la Iglesia la segunda gran encíclica social, enfocada, ahora, no ya a la solución-remedio de la cuestión obrera (el conflicto capital-trabajo característico del siglo XIX), sino a la restauración del orden social y su perfeccionamiento según la ley evangélica. Al pasar del desorden sectorial de las relaciones de producción, en pleno corazón de la era industrial, al desorden global de la sociedad occidental, a inicios de los años treinta, el Papa de la Acción Católica abrió nuevos horizontes a la que denominó Doctrina social católica, Doctrina social cristiana, Filosofía social cristiana, Doctrina leoniana (refiriéndose a su predecesor), Doctrina de la Iglesia, Doctrina evangélica etc. Con Pío XI se pasó de la cuestión obrera a la cuestión social.

La primera parte de Quadragesimo Anno evoca históricamente tanto la enseñanza como los beneficios de la Rerum Novarum en el triple aspecto -- Iglesia, Estado, Interesados -- que acabamos de considerar. Al obrar de este modo, Pío XI inició una de las futuras constantes de la citada Doctrina social, la de su momento de continuidad, persistencia, relectura, constituyendo de este modo una sub-tradición específica dentro de la gran tradición comunitario-social de los veinte siglos de Catolicismo.

La segunda parte defiende y desarrolla la Rerum Novarum, con lo que origina asimismo otra dimensión permanente del Magisterio social,la de profundización de las enseñanzas anteriores con sus variantes de discernimiento, aclaración, acomodación, etc. Una vez afirmado el derecho y el deber pontificios de juzgar con autoridad suprema en materia económico-social desde la vertiente moral --misión que, a la luz del ministerio apostólico, había ya reivindicado León XIII--, Pío XI profundiza en el doble orden de las personas y de las instituciones. En el primero --personas-- subraya la dimensión social de la propiedad; ahonda en las relaciones capital- trabajo a partir de su complementariedad; y reinvindica como debido por justicia el salario familiar. En el segundo --instituciones--, destaca la función subsidiaria del Estado; delinea un tejido interprofesional que presenta como alternativa, en clave de libre y ordenada cooperación, a la tensión y al enfrentamiento que es propio del contrato de salario capitalista-liberal, enmarcado en la lucha de clases; e inculca que el principio rector de la economía radica en el binomio justicia-caridad.

La tercera parte se adentra en los horizontes de las nuevas realidades que ofrece el ámbito económico-social de su tiempo. De este modo, Quadragesimo Anno, abre, a su vez, un tercer aspecto, el de la innovación, novedad, renovación, que caracterizará también todos los grandes documentos subsiguientes. (Entre paréntesis: observemos que la trilogía "continuidad-profundización-novedad" puede reducirse al binomio "continuidad-renovación", que sintetiza y expresa ulteriormente la tensión bipolar que distinguirá a la Doctrina social de la Iglesia). ¿Cuáles son estos horizontes?: los que muestra la evolución protagonizada tanto por la Economía liberal como por el Movimiento socialista de aquella época.

Respecto a la primera, Quadragesimo Anno la describe en sus tres momentos de autofagotización competitiva (el fuerte se come al débil, con lo que se origina una red de potentes monopolios); de proyección política nacional (desde el poder económico se pretende y se logra el control del poder político, en el ámbito intraestatal); y de expansión internacional (se crea un entramado económico-político con intención de dominio mundial). Mediante este crescendo la Economía de signo liberal- capitalista muestra su faz horrenda, cruel, atroz. Recuérdense, entre otros datos, las causas y las consecuencias de la espectacular caída de la bolsa de Nueva York, a finales de los veinte.

En lo que atañe al Movimiento socialista, Pío XI toma buena nota de su escisión en dos ramas: la marxista-leninista-stalinista, cuyo comunismo ateo obliga a un rechazo teológico-moral absoluto; y la socialdemocrática, cuyas suavizaciones en materia de propiedad y de lucha de clases llevan al planteamiento de una posible cooperación católico-socialista. Este planteamiento, contra lo que a primera vista es tentador afirmar, no puede resolverse mediante una respuesta positiva: Pío XI considera que el Socialismo atenuado de su tiempo, tanto económico como educador, continúa siendo incompatible con la conciencia y la opción católicas.

Abandonados, pues, los errores tanto del Capitalismo como del Socialismo, todo miembro fiel de la Iglesia debe avanzar por el único camino de solución posible: el que se empeña en la renovación cristiana de la sociedad; dado que es en su profunda descristianización donde enraízan los males que padece y que hay que remediar a toda costa por imperativo evangélico. Dicha renovación requiere que las actividades humanas imiten y reproduzcan el plan divino (implicador de la templanza cristiana) y que se dé la primacía a la ley de la caridad, la cual, desde luego, no es ningún sucedáneo de la justicia. De este doble espíritu de templanza y amor surgirá la restauración de la sociedad humana en Cristo, cuyos agentes --Papa, Obispos, clérigos y laicos-- han de entregarse esforzadamente al trabajo. Pío XI señala los frutos incipientes de restauración social que se dan en su tiempo; da la consigna de que los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros sean los propios obreros y los del mundo industrial y comercial los que pertenecen a sus respectivos grupos; exhorta a Obispos y sacerdotes a ejercer fielmente su cometido; y aboga por una Iglesia firme, conmovida por los males y que todo lo intenta, a partir de la conciencia de su responsabilidad.- Como vemos, también aquí se da un ulterior profundización de la doctrina leoniana.

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